En el corazón del paisaje que se extiende entre Beberino y La Pola, yace un testimonio de la ingeniería y la historia que ha resistido el paso del tiempo: un antiguo puente cuyos orígenes se remontan a la época de la dominación romana. Este puente no es solo una estructura; es un archivo de piedra que narra historias de milenios.
Los vestigios que aún se yerguen, desafiando los siglos, son principalmente las dos bóvedas orientales. Aunque pequeñas en tamaño, su presencia es un relato mudo pero elocuente de la relevancia que este cruce ha tenido a lo largo de la historia. Estas bóvedas, que en tiempos pasados formaron una parte integral del cauce, hoy se encuentran aisladas, pero aún así mantienen la dignidad de su propósito original.
La documentación histórica revela que la importancia de este puente ya era reconocida en el siglo XII, un hecho que sugiere una interesante superposición de métodos constructivos a lo largo de los años. Cada etapa de su existencia ha añadido una capa a su arquitectura, culminando en la remodelación del siglo XVIII que le otorgó su apariencia contemporánea.
La configuración actual del puente, con sus dos bóvedas distintas divididas en dos tramos separados, es resultado de esta remodelación. Este diseño no solo refleja las prácticas arquitectónicas de su último período de reconstrucción sino que también preserva las huellas de su prolongada existencia.
Atravesar este puente es caminar sobre los ecos de la historia, es un recordatorio de que incluso los elementos más sólidos de nuestra cultura fueron alguna vez novedosos y que ellos, igual que nosotros, están sujetos a la incesante marea del cambio. Este puente, entre Beberino y La Pola, se mantiene firme, no solo como una conexión física entre dos lugares sino como un enlace duradero entre el presente y un pasado profundo y rico.